Cuatro horas

Por Jimmy Arias

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La reconocí de inmediato, en un tiempo detenido, mientras lo aceptaba.

-¿Por qué parar justo en esta bomba? – pensé mientras llenaban el tanque -.

Se subió sin decir nada.

– Buenos días – comenté -.

– Si le parecen buenos no sabe quién soy.

– Si – dije apresurado – lo sé, es mi forma de saludar.

Pagué el combustible y miré sus ojos, sentí aguzar mi instinto y mi razón.

– Le voy a explicar cómo funcionan las cosas –  dijo -, para empezar quiero que lo acepte, sin llantos o ruegos, al primero me iré y perderá la oportunidad.

– ¿De qué habla?

– Usted lo sabe – contestó  – hoy es el día.

– ¿Hoy? No es posible, tengo cosas que hacer.

– Tuvo suficiente tiempo, se le acabó.

– Está bien – dije –  ¿a qué oportunidad se refiere?

– Es simple,  le concederé un tiempo, tendrá cuatro horas.

– ¿Cuatro horas?  Pero no vivo aquí, estoy a ocho horas de mi casa.

– Cuatro horas ­- insistió señalando – y debe cumplir dos condiciones. Nadie puede saberlo y  debe ser sutil en lo que haga.

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Published in: on junio 24, 2009 at 4:06 am  Deja un comentario  

El anarquista coronado

Antonin Artaud

Ni Dios ni amo, yo solo.
Heliogábalo, una vez en el trono, no acepta ninguna ley; y él es el amo. Su propia ley personal será entonces la ley de todos. El impone su tiranía. Todo tirano en el fondo no es sino un anarquista que se ha puesto la corona y que impone su ley a los demás.

Sin embargo hay otra idea en la anarquía de Heliogábalo. Por el hecho de creerse dios, de identificarse con su dios, nunca comete el error de inventar una ley humana, una absurda y descabellada ley humana, por la cual él, dios, hablaría. El se adapta a la ley divina, en la que ha sido iniciado, y es preciso reconocer que fuera de algunos excesos dispersos, algunas bromas sin importancia, Heliogábalo nunca abandonó el punto de vista místico de un dios encarnado, se atiene al rito milenario de dios.

Al llegar a Roma, Heliogábalo echa a los hombres del Senado y pone mujeres en su lugar. Para los romanos es la anarquía, pero la religión de las menstruaciones, que ha fundado la púrpura tiria, y para Heliogábalo que la aplica, esto no es más que un simple restablecimiento del equilibrio, un retorno razonado a la ley…

Published in: on junio 15, 2009 at 4:38 am  Deja un comentario  

El círculo de escritura

Por JackLead

Córtele la espalda y lo pone al sol. Más tarde si no sirve de nada, le corta los dedos de los píes. Esa fue la escueta indicación que me dio Don Manuel, para con el primer hombre que teníamos en el patio. Yo  bedecí.  El hombre no aguantó y se nos murió al segundo día, así que hubo que ir por otro.

El pueblo donde vivo es pequeño, dos mil personas. Ya hemos   acabado con la mitad. Si seguimos así, va a quedar lleno de fantasmas, como Comala. Asisto a un grupo de oración todos los días después de las seis.  El resto de tiempo trabajo. No sé los demás, pero yo siempre estoy atento a quién atrapar.

Un día Don Manuel me vio en el parque escribiendo poesía. Se acercó y mientras se quitaba el sombrero, me propuso hacer parte de su grupo  poético. Dijo que sabía exactamente a qué personas del pueblo les gustaba la escritura y a cuáles no, a quienes tachó de insensibles.

Don Manuel nos puso una meta de escritura para septiembre. Todos la cumplimos. En enero  cuando nos encontramos estábamos hechos unos asnos. Un martes, mientras leíamos a puerta cerrada unos poemas, alguien llamó a la puerta. Don Manuel se levantó y fue a atender. Cuando regresó venía acompañado de un mendigo. Vi que el hombre se frotaba los brazos para tratar de calentarse, entonces le pedí que se hiciera junto al fuego. Don Manuel regresó con comida. El  mendigo estiró la mano y recibió con pena lo que le entregaba, vimos entonces que su mano estaba manchada de sangre. Contó que un grupo de muchachos lo había apuñaleado. Se levantó la camisa y enseñó sus heridas. Un corte desde la axila hasta el estómago.

Mientras inquieto observaba al hombre, una brisa inexplicable entró a mi cuerpo y fue a mi cabeza. Me devolví, tomé mi libreta y llené una página, luego dos, tres… no podía parar de escribir. Miré a Antonio clavado en su cuaderno,  al igual que los demás. Don Manuel le pidió al pordiosero que se sentara y cenara con nosotros, sacó dos botellas de vino al rededor de las cuales compartimos. (más…)

Published in: on junio 8, 2009 at 4:36 am  Deja un comentario