Guaira

Por: Oscar J. Descance

Don Gonzalo Bravo de Aragón detuvo su fuga por unos segundos, miró al frente y tomó aire con fuerza. Ante él, un laberinto de hojas grandes; hacia arriba bóvedas de árboles gigantes que apenas dejaban pasar la luz. El calor y la humedad le empaparon la ropa y aceleraron su corazón. A cada paso la manigua era más espesa, estaba seguro que el indio lo seguía. Hacía rato que había dejado de verle, sin embargo, en su huida había sentido por momentos que su perseguidor le respiraba en la nuca.

Más tarde en el refugio, Don Gonzalo, articulando las palabras que pudo, narró lo más aterrador de la fuga:

– ¡Sólo quería matarme! ¡En sus ojos ardía el fuego! ¡Su cuchillo de pedernal destilaba la sangre de Joaquín y José! … no lo vieron llegar. ¡Aunque quería matarme sólo a mí!

A través del traductor, los españoles averiguaron que se hacía llamar Guaira, “el viento”. También que su tribu habitaba cerca al río grande. El perseguido evocó imágenes aún frescas en su memoria: algunos días atrás, cerca de la desembocadura de la quebrada en el gran río, un grupo de avanzada había arrasado un pequeño poblado indígena. Después de degollar a los hombres, habían violado a las mujeres; quemaron las chozas y se aseguraron de que la muerte caminara por varias plazas. Guaira no sólo sobrevivió, sino que vio todo.

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Published in: on julio 21, 2011 at 1:50 am  Deja un comentario  

Locos y muertos en Cali

Por: Isabel Varela

La abuela, madre de la madre que no conocí, es lo suficientemente tacaña como para exigirme un poco de humillación antes de soltar un poco de lana. ¿Cuándo saliste? preguntó, como si hubiera estado en un campo de vacaciones. Abue necesito tu ayuda. ¿Vos necesitás de mí? Sí abue, necesito que me ayudés, no tengo nada. Pero la vieja es dura. Mirá abue, si no me ayudás, voy a quedarme aquí. Así que para evitar que algo así ocurriera, llamó a una amiga que tenía una habitación para rentar en su casa. Me dio dinero para vivir dos meses. En el lugar me darían comida. Con tal de no tenerme cerca, hizo un esfuerzo por parecer generosa.

Era una vieja quinta en el extrarradio, que en alguna época, los cuarentas o los cincuentas, había sido casa de gente próspera. Pero de la prosperidad no quedaba nada, unas ruinas en un suburbio, un jardín quemado, la madera podrida, las lozas reventadas. La vieja Lucrecia salió a abrirme. Me miró de arriba abajo como si hubiera llegado de Neptuno. Nunca me ha gustado tener extraños en mi casa, dijo. Si he aceptado es porque siempre he sido amiga de tu abuela. Está prohibido traer gente. Está prohibido tocar instrumentos, dijo. Luego me condujo por un corredor ajedrezado hasta el final de la casa, a la que había sido la habitación de varias generaciones de sirvientas. Olía a sirvienta. Un olor que siempre me ha agradado. Abrió la puerta y me mostró una habitación con una ventana – que daba a lo que ella llamó el jardín – una mesa y una cama. El baño está en el corredor, agregó y luego estiró su mano. Recibió el dinero y lo contó. Falta la mitad dijo. El otro mes va la otra mitad, respondí. ¿Cuánto piensa quedarse? No sé.

Lo único que había traído conmigo eran tres o cuatro libros que robé en la casa de la abuela. El sitio era peor que el que la abuela hubiera podido pensar que yo merecía. Pero era lo único. Estábamos en el peor verano, casi eterno, así que cuando me quedé solo pensé, es mi temporada en el infierno…

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Published in: on julio 21, 2011 at 1:32 am  Deja un comentario  

Inerte

Por: Juana Mesloba

Estoy tan cansado. No logro moverme. Que tranquilidad, el día ha terminado. Mis pies ya no aguantan más. No siento hambre, ni frío, ni temor, ni la noche, ni el pasto, ni los mosquitos. Mi  cuerpo arrojado a la tierra húmeda empieza a cubrirse de maleza e higuerilla.

Published in: on julio 21, 2011 at 1:10 am  Deja un comentario  

Adicción

Por: Juana Mesloba

Me toma como si fuera su única pertenencia, recorre con sus delicados dedos mi cuerpo. Acerca sus labios, me succiona con ansiedad. El placer se expande por su organismo mientras el mío arde mientras se consume. Cuando ya no soy útil, me aplasta contra un cenicero.

Published in: on julio 21, 2011 at 12:38 am  Deja un comentario  

Un Instante

Por: Juana Mesloba

El estruendo llena la habitación, súbitamente sus miradas se encuentran; se observan, se saborean, el deseo los  consume, acechan. Su respiración se contiene, sus cuerpos  hambrientos se acercan, se desafían, se detienen, nadie los observa, rápidamente  esquivan los pedazos del plato que ha caído de la mesa y sin ningún reparo, ambos gatos saltan sobre el trozo de carne.

Published in: on julio 21, 2011 at 12:17 am  Deja un comentario  

La Invitada

Por:  Juana Mesloba

Al cruzar la puerta se sintió como en casa. Atravesó rápidamente la sala, no quería interrumpir a los presentes. Se hizo en una esquina, quieta, sin moverse. Observó minuciosamente el movimiento de cada uno, se veían felices;  ella no se sentía juzgada o rechazada.

 Desde el otro cuarto se escucho una  voz -¡Ya está la cena, pasen a la mesa!- Todos se levantaron ansiosos. Tímida y silenciosa avanzó detrás.

 Sorpresivamente uno de los dueños de casa la miró, se le abalanzó arrinconándola; ella no entendía, su cuerpo temblaba y se movía rápidamente esquivando los golpes del histérico. Aturdida, bajó tan rápido como pudo, se quedó quieta, desubicada, desolada bajo la lluvia; miró hacia arriba. La puerta se abrió, entonces se escuchó

– ¡Asquerosa cucaracha te voy a aplastar!-

Published in: on julio 20, 2011 at 11:48 pm  Deja un comentario