Por Gabriel Velasquez
Desconectado del mundo, estoy en blanco, como la hoja que va a ser mecanografiada, descreído hasta de lo visible. Ni hablar de las palabras que mis oídos abortan a diario, ni de las caricias que buscan algo de distracción. Solo, no parido por vagina alguna, sino por cesárea, para llegar a este lugar de incesantes desastres, demasiado trágico para un posmoderno. Podría ofrecer mil discursos suicidas, pero ninguno como los de Shakespeare, y eso me hace diferente, frente a alguien tan universal. Soy
un punto y aparte del en
tendimiento.
¿Será que tengo un marciano en mi cabeza? ¿Será muy hollywoodense creer que si Kafka fue un escarabajo, yo podría ser un marciano, o el duende? Sonaría autóctono. Algo raro si soy, muy raro, como si me hubiesen codificado con el ADN de un español, un quechua, un marciano, un críptico y un latino, que no puede faltar. Pude haber sido un violador de indias (como todos los españoles), pude haber venido de Génova. ¿En aquellas épocas estas
tierras serían los “mallamis” del planeta…